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viernes, 16 de junio de 2017

Textos y discursos: la coherencia y la cohesión en la producción de textos

Álvarez, G. (2001). Capítulo cuarto: La estructura del texto. En: Textos y discursos: Introducción a la lingüística del texto. Universidad de Concepción, Facultad de Humanidades y Arte.
El capítulo cuarto del texto de Gerardo Álvarez, abarca la temática de la producción textual dirigida tanto hacia quienes se interesan por el ámbito de los estudios lingüísticos como para quienes ejercen la labor como docentes. De esta manera, el autor presenta las reglas necesarias para la producción de escritos, desde la premisa de que todo individuo posee la capacidad de construir textos, capacidad que se encuentra determinada por la competencia textual. Esta se entiende desde dos focos, en primer lugar, la idea de que todo emisor y receptor es capaz de “producir secuencias de oraciones que presentan continuidad de sentido” y, en segundo, que todo enunciante puede reconocer “qué secuencias de oraciones tienen continuidad de sentido” (Álvarez 2001:5). La competencia textual permite distinguir si una secuencia de oraciones constituye un texto, es decir, si sigue las reglas de cohesión –los aspectos formales o gramaticales de las relaciones entre oraciones– y de coherencia el aspecto mental de la relación que se postula entre los hechos denotados– (Álvarez 2001:1). Esta distinción permite comprender, cómo una secuencia de oraciones puede ser coherente y no presentar cohesión, ya que la coherencia depende de las relaciones cognoscitivas que pueden establecer los interlocutores.
Álvarez plantea que, a pesar de que cohesión y coherencia se entienden como dos fenómenos distintos, “hablaremos de "cohesión/coherencia" cuando queramos referirnos a los fenómenos de relación interoracional en su conjunto, los que desglosaremos en recurrencia, progresión y conexión” (Álvarez 2001:7). Con respecto a la recurrencia, Álvarez explica que un texto se considera bien formado, si presenta en su desarrollo elementos que recurren constantemente, es decir, se destaca por la mantención del referente (ibid.). Entre los mecanismos lingüísticos de recurrencia textual el autor introduce la repetición, los procedimientos anafóricos (pronominalización, definitivización, determinación, nominalización, entre otros), la substitución léxica, la correferencia sintagmática y la elipsis; a través de estos mecanismos, “cada oración retoma elementos de las oraciones anteriores” (Álvarez 2001:8).  Sobre las reglas de progresión, el autor plantea que, si bien un texto bien formado debe hablar del mismo tema, también debe presentar información nueva: “en todo texto bien constituido se da una especie de tensión dialéctica entre la recurrencia y la progresión” (Álvarez 2001:15). De esta manera, la progresión se manifiesta de dos maneras: a través de la introducción de nuevos referentes y mediante la “introducción de nueva información sobre los referentes ya mencionados” (ibid.). La progresión se organiza a través de los conceptos tema y rema, donde el primero determina lo que se conoce, mientras que el segundo es la información nueva. Los textos se estructuran a través de la sucesión de temas y remas, las que dan lugar a tres tipos de progresión textual: progresión con un tema continuo (el texto conserva un mismo tema y cada rema aporta información nueva), progresión en cadena o lineal (el rema de una oración se convierte en el tema de la oración siguiente) y la progresión derivada de un hipertema (un segmento textual con valor hiperonímico se va descomponiendo en nuevas oraciones) (Álvarez 2001:20).
Con respecto a las reglas de conexión, Álvarez expone que un texto bien formado, además de presentar nuevamente la información expuesta e introducir información nueva, debe relacionar los hechos e individuos (ibid.). La relación “debe ser evaluada con respecto al mundo de referencia” (Álvarez 2001:21), es decir, tiene que ver con el mundo que configuran el enunciante y el interpretante. Así, se distinguen dos grandes tipos de relaciones: las semánticas, determinadas por el “saber del mundo” y las que se establecen entre dos o más oraciones. Entre las primeras, el autor distingue las relaciones; parte>todo, continente>contenido, acción>instrumento y de posesión; para las segundas se presentan los conectores, entendidos como “elementos gramaticales” que explicitan las relaciones establecidas entre oraciones (Álvarez 2001: 24). A pesar de estas distinciones, el autor explica que las relaciones de cohesión y coherencia se encuentran determinadas por el conocimiento de cómo los hechos se conectan en entre sí, esto implica que una secuencia se considere coherente cuando se puede integrar en un “marco conceptual estereotipado”, es decir, si se inscribe en el orden esperado de una situación determinada. A través de esta noción, los conceptos de cohesión y coherencia se regulan según el conocimiento de mundo que compartan los hablantes. Finalmente, Álvarez establece una última regla de textualización: la no contradicción, esta implica que “los hechos denotados no deben ser contradictorios entre sí” (Álvarez 2001:29), sin embargo, la lengua cotidiana no se estructura a través de la lógica formal, por lo que es vulnerable a elementos del lenguaje figurado y a contextos de enunciación específicos donde se puede presentar contradicción (las paradojas se postulan como ejemplo de esto).

El texto de Álvarez establece una definición, clasificación y ejemplificación de los elementos que constituyen la cohesión y la coherencia textual, enfatizando en el nivel microtextual, ya que para el macrotextual se presenta una breve descripción hacia el final del capítulo. El autor establece las normas que conforman un texto bien formado, desde lo que podría denominarse como un enfoque discursivo, ya que plantea que, si bien es necesario considerar y aplicar estas reglas, las relaciones que se establecen se entienden en la realización del lenguaje cotidiano. De esta manera, las normas expuestas están supeditadas al uso que le entregue el enunciante y el interpretante, ya que en el uso de la lengua se enriquecen y reestructuran nuevas formas de relación discursiva. Así, el capítulo revisado se puede considerar un aporte en torno a dos temas fundamentales, en primer lugar, la idea de que, si bien un texto bien formado debe seguir ciertas reglas, estas no tienen un carácter imperativo en cuanto al uso de la lengua, ya que adquiere un valor relevante el conocimiento de mundo de los hablantes. En segundo lugar, el formato pedagógico que utiliza el autor, ya que se presentan ejercicios para aplicar la temática, lo que posiciona a este texto como un material didáctico importante, que sirve tanto para conocer sobre la organización textual como para utilizarlo en la enseñanza de la escritura. 

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