Álvarez,
G. (2001). Capítulo cuarto: La estructura del texto. En: Textos y discursos: Introducción a la lingüística del texto.
Universidad de Concepción, Facultad de Humanidades y Arte.
El
capítulo cuarto del texto de Gerardo Álvarez, abarca la temática de la
producción textual dirigida tanto hacia quienes se interesan por el ámbito de
los estudios lingüísticos como para quienes ejercen la labor como docentes. De
esta manera, el autor presenta las reglas necesarias para la producción de
escritos, desde la premisa de que todo individuo posee la capacidad de
construir textos, capacidad que se encuentra determinada por la competencia
textual. Esta se entiende desde dos focos, en primer lugar, la idea de que todo
emisor y receptor es capaz de “producir secuencias de oraciones que presentan
continuidad de sentido” y, en segundo, que todo enunciante puede reconocer “qué
secuencias de oraciones tienen continuidad de sentido” (Álvarez 2001:5). La
competencia textual permite distinguir si una secuencia de oraciones constituye
un texto, es decir, si sigue las reglas de cohesión –los aspectos formales o
gramaticales de las relaciones entre oraciones– y de coherencia –el aspecto mental de la relación que se postula entre
los hechos denotados– (Álvarez 2001:1). Esta distinción permite comprender, cómo
una secuencia de oraciones puede ser coherente y no presentar cohesión, ya que
la coherencia depende de las relaciones cognoscitivas que pueden establecer los
interlocutores.
Álvarez
plantea que, a pesar de que cohesión y coherencia se entienden como dos
fenómenos distintos, “hablaremos de "cohesión/coherencia" cuando
queramos referirnos a los fenómenos de relación interoracional en su conjunto,
los que desglosaremos en recurrencia, progresión y conexión” (Álvarez 2001:7).
Con respecto a la recurrencia, Álvarez explica que un texto se considera bien
formado, si presenta en su desarrollo elementos que recurren constantemente, es
decir, se destaca por la mantención del referente (ibid.). Entre los mecanismos
lingüísticos de recurrencia textual el autor introduce la repetición, los
procedimientos anafóricos (pronominalización, definitivización, determinación,
nominalización, entre otros), la substitución léxica, la correferencia
sintagmática y la elipsis; a través de estos mecanismos, “cada oración retoma
elementos de las oraciones anteriores” (Álvarez 2001:8). Sobre las reglas de progresión, el autor
plantea que, si bien un texto bien formado debe hablar del mismo tema, también
debe presentar información nueva: “en todo texto bien constituido se da una
especie de tensión dialéctica entre la recurrencia y la progresión” (Álvarez
2001:15). De esta manera, la progresión se manifiesta de dos maneras: a través
de la introducción de nuevos referentes y mediante la “introducción de nueva
información sobre los referentes ya mencionados” (ibid.). La progresión se
organiza a través de los conceptos tema y rema, donde el primero determina lo
que se conoce, mientras que el segundo es la información nueva. Los textos se
estructuran a través de la sucesión de temas y remas, las que dan lugar a tres
tipos de progresión textual: progresión con un tema continuo (el texto conserva
un mismo tema y cada rema aporta información nueva), progresión en cadena o lineal
(el rema de una oración se convierte en el tema de la oración siguiente) y la
progresión derivada de un hipertema (un segmento textual con valor hiperonímico
se va descomponiendo en nuevas oraciones) (Álvarez 2001:20).
Con
respecto a las reglas de conexión, Álvarez expone que un texto bien formado,
además de presentar nuevamente la información expuesta e introducir información
nueva, debe relacionar los hechos e individuos (ibid.). La relación “debe ser
evaluada con respecto al mundo de referencia” (Álvarez 2001:21), es decir,
tiene que ver con el mundo que configuran el enunciante y el interpretante. Así,
se distinguen dos grandes tipos de relaciones: las semánticas, determinadas por
el “saber del mundo” y las que se establecen entre dos o más oraciones. Entre
las primeras, el autor distingue las relaciones; parte>todo,
continente>contenido, acción>instrumento y de posesión; para las segundas
se presentan los conectores, entendidos como “elementos gramaticales” que
explicitan las relaciones establecidas entre oraciones (Álvarez 2001: 24). A
pesar de estas distinciones, el autor explica que las relaciones de cohesión y
coherencia se encuentran determinadas por el conocimiento de cómo los hechos se
conectan en entre sí, esto implica que una secuencia se considere coherente
cuando se puede integrar en un “marco conceptual estereotipado”, es decir, si
se inscribe en el orden esperado de una situación determinada. A través de esta
noción, los conceptos de cohesión y coherencia se regulan según el conocimiento
de mundo que compartan los hablantes. Finalmente, Álvarez establece una última
regla de textualización: la no contradicción, esta implica que “los hechos
denotados no deben ser contradictorios entre sí” (Álvarez 2001:29), sin
embargo, la lengua cotidiana no se estructura a través de la lógica formal, por
lo que es vulnerable a elementos del lenguaje figurado y a contextos de
enunciación específicos donde se puede presentar contradicción (las paradojas
se postulan como ejemplo de esto).
El
texto de Álvarez establece una definición, clasificación y ejemplificación de
los elementos que constituyen la cohesión y la coherencia textual, enfatizando
en el nivel microtextual, ya que para el macrotextual se presenta una breve
descripción hacia el final del capítulo. El autor establece las normas que
conforman un texto bien formado, desde lo que podría denominarse como un
enfoque discursivo, ya que plantea que, si bien es necesario considerar y
aplicar estas reglas, las relaciones que se establecen se entienden en la
realización del lenguaje cotidiano. De esta manera, las normas expuestas están
supeditadas al uso que le entregue el enunciante y el interpretante, ya que en el
uso de la lengua se enriquecen y reestructuran nuevas formas de relación
discursiva. Así, el capítulo revisado se puede considerar un aporte en torno a
dos temas fundamentales, en primer lugar, la idea de que, si bien un texto bien
formado debe seguir ciertas reglas, estas no tienen un carácter imperativo en
cuanto al uso de la lengua, ya que adquiere un valor relevante el conocimiento
de mundo de los hablantes. En segundo lugar, el formato pedagógico que utiliza
el autor, ya que se presentan ejercicios para aplicar la temática, lo que posiciona
a este texto como un material didáctico importante, que sirve tanto para
conocer sobre la organización textual como para utilizarlo en la enseñanza de
la escritura.
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